¡ Clara , no reces por mí ¡Estoy condenada… en el infierno! Si te lo digo y te hablo de mis cosas…, no pienses que esto lo voy hacer como amigas, no; nosotros, los condenados, ya no amamos a nadie. Estoy obligada a hacerlo…; y lo hago como parte de aquel poder que siempre quiere el mal y…obra el bien…; y, sin embargo, quisiera verte llegar a este lugar a ti también, donde yo permaneceré para siempre.
No te enfades por desearte lo peor. Aquí todos tenemos deseos (odios) de éstos; nuestra voluntad está petrificada en lo que ustedes llaman «mal». También, cuando nosotros hacemos algo «bueno», como ahora yo, abriéndote los ojos en lo que se refiere al infierno…, esto no lo hacemos con buenas intenciones (cual sería la de que ocurrido en mí les sirviera de escarmiento en cabeza ajena).
¿Recuerdas? Hace cuatro años que ambas nos vimos y conocimos… Tú tenías 23 años, y te
encontrabas allí desde hacía medio año… cuando yo llegué.
Tú me sacaste de algunos apuros, por ser yo una principiante y me has dado muy buenas directrices. Pero ¿qué significa «buenas»?
Entonces yo alababa tu amor al prójimo. Más ahora, juzgándote mal, digo ¡Ridiculeces! Tu ayuda era pura coquetería… como yo lo sospechaba en vida». Pues aquí nosotros no pensamos nada bueno de nadie.
Las travesuras de mi niñez y juventud ya las conoces, por habértelas contado. Ahora llenaré las lagunas de lo que omití referirte.
Según los planes de mis padres, yo no debía de haber nacido… Les caí como una desgracia… El día de mí nacimiento mis dos hermanas contaban ya con 14 y 15 años… ¡Ojalá volviera yo al no ser para evitar estos tormentos !… ¡Con que plena satisfacción dejaría yo mi existencia, como un vestido de ceniza que (esparciada por doquier mediante la acción del viento ) queda luego reducido a sólo polvo o a nada de lo que antes era!
Pero no; yo debo existir así como yo misma pasé acá…, con una existencia fracasada.
Cuando papá y mamá, jóvenes aún, se trasladaron desde el campo a la ciudad, ambos habían perdido el contacto con la Iglesia, y esto fue «mejor»…, pues simpatizaron con gentes que no practicaban la religión, es decir, con incrédulos y ateos.
Se habían conocido en un salón de baile… Y medio año después les «urgió» casarse…
Y tan poco espíritu de devoción sacaron de haber sido rociados con agua bendita en el rito del Matrimonio, que mi mamá iba a la Iglesia, solamente a la misa dominical, un par de veces al año.